La Iglesia sinodal nos llama a un cambio profundo como institución, pero, sobre todo, personal. El cambio, la conversión personal, no va a afectar solamente a nuestra forma de ser Iglesia, sino que va a afectar más directa y primariamente a nuestra forma de vivir el cristianismo, o, si lo queremos precisar más, a nuestra forma de ser cristianos. La sinodalidad es una realidad eclesial, pero tiene un sentido humano que, muchas veces, se nos pasa por alto.